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Ante la situación global que vivimos desde comienzos del 2020 y su evolución natural, que ha pasado desde un confinamiento casi total hasta la apertura gradual de las actividades económicas, el sector de los eventos fue uno de los más afectados, pues fue de los primeros que suspendió actividades y a la fecha, es de los que apenas están regresando con grandes restricciones en su desarrollo bajo esquemas de ocupación en porcentajes y aplicando las medidas de sana distancia y sanitarias para la protección y salvaguarda de los asistentes, proveedores y staff así como los integrantes de la comunidad.  

Es una realidad que el COVID-19 estará presente por un largo tiempo en nuestras vidas y está incidiendo en la toma de decisiones de todo tipo, desde asistir o participar en un evento presencial (que aunque pocos, ya los hay)  o valorar al organizador y organización en función de lo que comunican de forma consciente y también , inconsciente, recordemos que la confianza, la credibilidad y la percepción son las bases que fundamentalmente sostienen la imagen de un destino o negocio.

En el sector MICE, debemos saber que la percepción del riesgo, a la hora de decidir asistir o no, está influida por la existencia de la “riesgo” y “probabilidad de contagio” per se y también influyen factores como experiencias previas propias o conocidas, nivel de formación, de ingresos, edad y género, nacionalidad, así como la propensión a tomar “ciertos” riesgos. Si un destino y por ende, el evento es percibido como “peligroso”, difícilmente recibirá un gran número de visitantes. La imagen  y las percepciones son las que terminan influyendo en el comportamiento de compra. 

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