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Viajando con el Presidente de los EEUU

Debo confesar, si es que no es notorio ya, que el tema de las giras, la seguridad, las caravanas, la logística en sí que conlleva una gira presidencial son temas que me gustan y me emocionan, quizás por todo el detalle tan minucioso que implican, los largos preparativos de las comitivas y la coordinación entre los distintos involucrados, detalles que se reflejan en cuestión de minutos, pero que pueden inclinar y hasta influir en la historia si no son bien cuidados.

Hablo de esto pues en muchas ocasiones me he preguntado cómo sería la experiencia de viajar en una gira presidencial y hoy, que hablamos de Obama y su logística, encontré en la web el siguiente enlace de un periodista  llamado Eusebio Val que narra cómo es el proceso de viajar con POTUS, aunque la nota es del 2007 tiene detalles interesantes que poco se sabe de ellos.

Cuando POTUS viaja…

Eusebio Val | 11/03/2007

Nada más llegar a la base aérea de Andrews (sudeste de Washington), uno se percata de que en el séquito periodístico del presidente de Estados Unidos se aplica un estricto sistema de castas. Antes de subir al B-777 de United Airlines fletado esta vez por la Casa Blanca, cada pasajero recibe una fotocopia con la distribución de asientos a bordo. Los corresponsales de las agencias de noticias norteamericanas e internacionales, así como los presentadores de las principales cadenas de televisión y algún redactor de un diario nacional relevante tienen el privilegio de viajar en primera clase. No es algo menor cuando está por delante un vuelo nocturno de casi nueve horas. En la zona de business viajan otros reporteros estadounidenses y algún extranjero con veteranía de muchos años en cubrir desplazamientos presidenciales. El resto de las butacas, en clase turista, las ocupamos los demás periodistas, cámaras y técnicos de televisión, agentes del servicio secreto y personal administrativo de la Casa Blanca.

El reparto de asientos no obedece a que unos medios hayan pagado más que otros. La factura -muy abultada- es igual para todos.

Pero está establecida desde hace muchos años una norma de asiduidad. Se mima a los que no fallan en ningún viaje. Tres periodistas de la casta superior se van turnando para viajar en el Air Force One con el presidente cuando se trata de una gira con varias escalas. Los demás no tienen opción. El sistema de castas funciona también a la hora de decidir el acceso directo a algunos actos y a poder efectuar preguntar en las ruedas de prensa.

Viajar con la burbuja de POTUS – las siglas de uso interno que significan president of the United States-es una experiencia única. En la base de Andrews alguien te recoge el pasaporte, que no se recupera hasta el final de la gira, y te da una acreditación con foto que deberás lucir a toda hora. Ése es el mágico salvoconducto, que ahorra por completo controles de aduana y de seguridad. Al llegar a cada destino, los autobuses del país anfitrión esperan en la pista y salen directamente hacia los hoteles con escolta policial.

En el avión rigen pautas extrañamente muy laxas que vulneran todas las normas de la aviación civil. Los auxiliares de vuelo no dan instrucciones de seguridad ni obligan a los pasajeros a abrocharse los cinturones para el despegue o aterrizaje. Tampoco avisan de la prohibición del uso de teléfonos móviles, ordenadores u otros artilugios electrónicos. Comida y bebida se sirve a discreción.

Además del Air Force One oficial – un jumbo Boeing 747- y del avión de la prensa, participan en la vasta operación logística otro aparato presidencial de reserva – un Boeing 757- y varios aviones militares de carga que llevan las limusinas blindadas, los todoterrenos, vehículos de comunicaciones y hasta helicópteros desmontados. No se facilitan números exactos sobre agentes del servicio secreto y del FBI – aunque son al menos varios centenares- y demás personal involucrado. Está claro que no hay en el mundo otro desplazamiento de un individuo de punto a punto que implique una movilización de recursos tan extraordinaria.

Llama la atención, en el actual periplo latinoamericano, que sólo un medio de comunicación con base en uno de los cinco países visitados, el diario brasileño Folha de São Paulo,tenga un periodista viajando en la burbuja.El motivo no puede ser otro que el exagerado dispendio que significa. Aun antes de que cada periodista haya sido autorizado a viajar, después de que su identidad y antecedentes hayan sido revisados por las 16 agencias de espionaje estadounidenses, se exige el pago de un depósito de garantía de 12.000 dólares a través de una tarjeta de crédito corporativa. Sin ese requisito previo, la solicitud no se admite a trámite.

Luego el coste – que no incluye los hoteles- puede hasta doblarse. Al pago del avión se añade el flete de autobuses en cada destino, alquiler de centros de prensa, sistemas de comunicación y catering. El susto de la factura definitiva llega después, una vez se ha dividido por el número de periodistas participantes. Entrar en la burbuja de POTUS, aun perteneciendo a la casta inferior, es un lujo periodístico que tiene su precio.

Un perro husmeador venido de Arkansas

El derroche en medidas de seguridad para el viaje de Bush ofrece ejemplos chocantes. Estados Unidos no se fía de los países anfitriones, ni de sus perros. El pasado viernes, un chucho husmeador de explosivos que había en una instalación de reparto de etanol visitada por el presidente norteamericano, cerca de São Paulo, fue traído especialmente de una base aérea de Arkansas. Su única tarea era controlar a los asistentes a aquel acto concreto, un par de horas. El perro, Duck, y su adiestrador, Daniel, volaron la víspera desde Estados Unidos, en un avión comercial. Duck, por ser perro policía, se sentó en una butaca junto a su entrenador. Daniel explicó con orgullo que el animal, de nueve años, es veterano de Iraq, donde ha prestado servicio en tres periodos.”

Para consultar la nota en su ubicación original

Cuando POTUS viaja…

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