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Estamos inmersos en una dinámica social muy diferente a la que vivimos hace apenas unos 10 años. Entre la inmediatez en la difusión de la información, la urgencia y la necesidad de ser vistos, escuchados y al mismo tiempo, destacar, está haciendo mella en la nueva forma de ver el protocolo, el ceremonial y la etiqueta.

Lo cierto es que el protocolo, cuando es bien implementado y apropiado por las organizaciones y las personas, coadyuvan en la creación de una imagen y mejoran la difusión y el posicionamiento de los mensajes clave, ya sea a través de la comunicación, de los eventos, etc.

Claro, llegar a esta claridad implica una gran profesionalización en diversos contenidos y herramientas, pero sobre todo, requiere una gran dosis de empatía y sentido común, dos cosas que la formación académica no siempre brinda y que depende de cada uno irlas desarrollando y fortaleciendo.

Casi todos los días, en el ámbito de los eventos, somos testigos de esfuerzos válidos, pero que debido a una mala planeación y ejecución lo fundamental que es comunicar de forma clara y precisa, pasa a segundo término. O que decir cuando leemos o escuchamos esa frase de “Rompió el protocolo” o “Se saltó el protocolo” (quizás en los próximos juegos olímpicos ya sea una disciplina oficial de “tantos saltos”) cuando un funcionario o un directivo o personaje, por ejemplo, “adapta” el discurso y lo adecua en torno a circunstancias que se han presentado recientemente o bien, cuando por cortesía decide dejar pasar a una persona por delante de él, sin más explicación que un simple gesto de atención y empatía hacia los demás.

Mientras la “nota” fue la vestimenta, el mal acomodo de la bandera de México pasa desapercibido.

Estamos llenos de imágenes, videos, datos que en el mejor de los casos representan o equivalen a la captura, en el caso de una foto, de unos cuantos segundos, y con eso queremos llenar huecos o crear historias que validamos como información y perdemos de vista temas esenciales y prioritarios. Es aquí cuando desde el buen protocolo como “poderosa herramienta de comunicación” , en conjunto con el ceremonial y la etiqueta y otras herramientas y estrategias, nos ayuda a prevenir lecturas erróneas o confusas analizando, precisando, anticipando y cuidando hasta los últimos detalle para que el mensaje sea, primero, transmitido de la forma en que fue pensado, usando los sentidos sí, pero también apoyándonos del uso de elementos accesorios, desde el diseño de un templete, los invitados en presídium o la mesa, el orden de las palabras, los mensajes dados y por supuesto, la forma en que se acomodan en un escenario los protagonistas y segundo, incidiendo en la manera en que este (mensaje) será percibido en sitio y también a la distancia.

Hay otros tantos elementos que como la imagen, los símbolos, las locaciones y hasta los gestos terminan siendo protagonistas al comunicar más que las propias palabras.

Uso de banderas para “legitimar” un acto y/o mensaje

Así, cada elemento presente debe tener una utilidad real o simbólica, pero al estar presente, debe estar plenamente justificado.

No podemos olvidar que cada día convivimos con una serie de ritos, costumbres y tradiciones que hacen complejo el accionar de los equipos de comunicación , de relaciones públicas  y/o protocolo y por lo tanto, tenemos que adecuarnos a las demandas actuales de la sociedad, pero sin perder de vista que tanto el ceremonial, la etiqueta y el mismo protocolo no son modas, ni tendencias, ni mucho menos chispazos u ocurrencias y que su uso y aplicación obedecen a estrategias y acciones con un fin particular, y claro, se agradecerá siempre tener presente que la flexibilidad, la adaptabilidad y la empatía son necesarias cuando de actos humanos hablamos. Y el protocolo… lo es.

Valdría entonces preguntarse si lo que hacemos desde el protocolo abona para que esos mensajes se entiendan y sean apropiados por los públicos de forma idónea.

Cuéntame, ¿tú qué piensas? Te leo

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