Hoy más que nunca la frase “Percepción es realidad” ha perdido significado en el escenario político y público actual. Entre “lo que es”, “lo que parece ser” o “lo que quiere ser” hay un mundo de diferencia, y cada vez se hace más evidente esta brecha, sobre todo en la comunicación oficial de la Presidencia de la Republica.
Cada mañana los mexicanos nos vemos sorprendidos por pronunciamientos y declaraciones del Presidente López Obrador en sus ya rutinarias conferencias “mañaneras” que minutos más tarde o en el transcurso del día son desmentidas, explicadas, cambiadas o interpretadas en función del interlocutor y su interés e intención. Así, pasamos de las declaraciones del Secretario Javier Jiménez Espriú diciendo que no hubo casos comprobables de corrupción en el NAICM, cancelado por López Obrador como parte de sus compromisos de campaña con el respaldo de unos cuantos miles de encuestados en su primera “consulta popular” que se hizo, además, cuando el Presidente aún no juraba al cargo, y con evidentes fallas, y que en días recientes el mismo AMLO contradijo y desmintió la declaración de Jiménez Espriú diciendo que sí hay corrupción y que eso es más que evidente y sin más pruebas que su palabra, el caso se cierra.
Este ejemplo representa el gran poder que el Presidente ha logrado a través de sus cotidianas intervenciones , donde el uso de simbolismos y el uso de figuras “malas y poderosas” a quien puede achacar las fallas y autorías, la “mafia del poder” nunca se fue y sigue “operando”, son una constante.
Así pues, la percepción general es la de un presidente que va bien y cumple, aunque la realidad, oculta entre las redes sociales y la propaganda sugiere otra cosa. Lo cierto es que las cosas se pueden hacer mejor y ser comunicadas de forma más eficiente. La evidente separación entre la percepción de la población afín al presidente y aquellos que con, así como algunos grupos sociales, empresariales y políticos se hace cada vez más grande y profunda.
Todo esto no es casualidad, detrás de esta “separación entre la percepción y la realidad” hay un equipo que ha sido capaz de crear estrategias de propaganda y no de comunicación social propiamente dichas. El mínimo uso de argumentos racionales y la sobreutilización de emociones y sentimientos en sus dichos y declaraciones son brutales, logrando llevar la conversación por caminos llenos de subjetividad y hasta cierto grado, de divinidad (ellos, los ricos, los que piensan diferente son los malos, nosotros, el pueblo, los que vamos a misa, los que nos portamos bien, somos los buenos).
El gran problema de tener entonces una presidencia propagandística y no una presidencia estratégica es que en realidad tenemos un presidente y no un gobierno, y por lo tanto, los datos duros, los reales, las estadísticas, los números que no mienten y no tienen color o sentimientos, pasan a segundo término, a segundo plano, por debajo de lo que creemos y suponemos, pero la culpa no es solo del presidente, la responsabilidad de ello es compartida; como sociedad debemos ser más activos, investigar, contrastar fuentes, sin apasionamientos, sin rasgaduras, y quizás, solo quizás, un día la realidad sea igual a la percepción y viceversa.